Como parte de nuestras actividades vacacionales hemos aprovechado para hacer un poco de turismo rural por la zona de Extremadura, concretamente en Cáceres, en la Comarca de la Vera. Para esta ocasión hemos elegido hacer algo de multiaventura (moderada, eso sí). Algo de piragüismo, escalada (en rocódromo), tiro con arco, rutas a caballo, gymkhana … Así que por recomendación de mi amigo Sergio de la Peña hicimos una reserva en unas cabañas celtas en la Sierra de Gredos, conocidas como La Granja de Yuste, en el municipio extremeño de Cuacos de Yuste (donde el famoso monasterio homónimo).
Como la entrada del fin de semana era tardía (entrábamos a las siete de la tarde), aprovechamos la mañana para ir a visitar el Monasterio de Yuste, retiro espiritual extremeño de Carlos I. Una vez ubicados en Cuacos de Yuste, a unas dos horas de Madrid, comimos en uno de los múltiples restaurantes de la zona para coger fuerzas antes de embarcarnos en la visita monacal. Tras ello subimos a lo alto del pueblo, donde está ubicado dicho monasterio.
La visita nos dejó un poco más fríos de los que esperábamos, pues aunque tanto la arquitectura como los jardines o los interiores son muy bonitos, se nos hizo un poco corto. La visita era tipo IKEA, de la que no te puedes salir del carril, y nos llevó aproximadamente una media hora. Se nos hizo un poco escaso para los 9 eurillos que cobraban por entrar.
Al terminar, y como todavía era pronto para ir a las cabañas, aprovechamos para visitar la Garganta de la Olla, una piscina natural que forma el rio a unos cinco kilómetros del monasterio. Unas vistas espectaculares del valle mientras llegábamos, y un sitio bastante chulo para darse un chapuzón, aunque muy masificado para mi gusto. Sólo la peque hizo intento de mojarse un poco los pies, porque no apetecía compartir charca con tantísima gente. No obstante, repusimos otra vez fuerzas, esta vez en un chiringuito bien surtido de refrescos y helados.
Finalizados ya todos los preliminares, nos dirigimos a nuestro destino definitivo, y allí comenzó nuestra odisea. Una vez tomado el desvío indicado en la carretera, hay que coger un camino de cabras con múltiples y complicados desvíos. Incluso nos mandaron un croquis de donde y cuando hacer los cambios de dirección, poniendo a cero el cuentakilómetros al iniciar, y viendo la progresión de los mismos. Como no podía ser de otra forma, nos perdimos casi antes de empezar y tuvimos que llamar por teléfono a la gente de las cabañas. Afortunadamente uno de ellos había ido a hacer compra al pueblo y pudimos quedar con él a la entrada del camino, y simplemente seguirle por toda aquella maraña de caminos. Con mucho miedo a quedar atrapados en alguna zanja, o a que alguna piedra rompiera los bajos de nuestro coche, finalmente entramos en la finca.
Nada más llegar un cicerone nos hizo una visita guiada por la finca, que es bastante grande, contándonos que se hacía en cada zona de aventura, y mostrándonos las instalaciones como el comedor o la bodega. Tras ello, tomamos posesión de nuestra cabaña y nos instalamos, pues teníamos libre hasta la hora de cenar.
La cabaña es una construcción circular de piedra con techo de madera, imitando las de los castros celtas de la antigüedad, de unos doce metros cuadrados aproximadamente, y con una única ventana pequeña provista de mosquitera. Dentro de ella había una pequeña compartición en la que estaba instalado el baño, y contaba con una chimenea, que evidentemente dada la estación del año, no utilizamos.
Lo primero que nos llamó la atención es que contaba con cinco camas, a pesar de que éramos solamente tres. Dos camas juntas formando una de matrimonio, una litera y otra cama individual. Imagino que las cabañas se utilizarán para grupos más grandes.
El mobiliario era bastante escaso, pues aparte de las camas no había más que una mesilla y un mueble para dejar la maleta. Ni armarios, ni sillas ni mesa alguna. Eso sí, teníamos un imponente jacuzzi de rinconera que lamentablemente no funcionaba. Nos decepcionó bastante, pues aunque en principio no lo habíamos solicitado ni teníamos intención de utilizarlo, debido a un cambio de última hora en las fechas de la reserva al que nos obligaron por disponibilidad del alojamiento, nos lo ofrecieron como compensación por las molestias. No pudimos pues disfrutar de nuestra “compensación”.
El otro motivo de decepción fue el tema de la piscina. Como no teníamos muy claro si íbamos a hacer todas las actividades, ya que nuestra forma física no es la de un triatleta, preguntamos si había piscina para pasar las horas es las que hubiera programadas cosas que no fuésemos a hacer. La persona con la que hablamos por teléfono nos dijo: “Si hay, tenemos piscina olímpica”.
Lo que se olvidó mencionar es que la piscina llevaba sin limpiarse desde que Franco era corneta, el agua estaba de un tono verde oliva, y su superficie con el aspecto de un líquido no newtoniano. Viéndolo por el lado positivo, al final hicimos todas las actividades programadas, así que no tuvimos tiempo de echar de menos la piscina.
Aparte de estas dos cosas, todo lo demás nos gustó mucho, y lo pasamos muy bien, sobre todo la enana, que disfrutó como una ídem.
Uno de los centros neurálgicos de la finca era la bodega, que tenían habilitada como bar, y que contaba con una terraza muy acogedora. Fresquito dentro cuando pegaba el calor, y fresquito fuera cuando se iba el sol. La bodega abría cuando no había otras actividades en la finca (deportivas o gastronómicas), es decir, de 13 a 14, de 19 a 21, y de 22 a 1:30.
Durante esas seis horas y media diarias, podías disfrutar de barra libre de bebidas, tanto refrescos como bebidas espirituosas, así que los más aficionados a los placeres de Dionisos tenían carta libre para dejarse llevar por sus hedonistas aficiones. Yo, que no soy muy dado a los excesos de bacantes y ménades me centré en el tinto de verano, que corrió a raudales, eso sí.
La cena (y sucesivas comidas) la sirvieron en el restaurante. Más que restaurante era un comedor. Bueno más que un comedor era un barracón, pero tenía su gracia. Mesas corridas de ocho comensales, así que allí empezamos a hacer amigos con los otros huéspedes de la finca (éramos unos veinte en total). En menú era de tipo rancho, sin posibilidad de escoger. Afortunadamente pensaban en los niños y todo lo que nos ofrecieron era apto para paladares no sofisticados. Comimos sopa de cocido, ensalada, tortilla de patatas, lentejas, albóndigas con tomate, macarrones y san jacobos. Todo muy sencillo, pero muy rico, sobre todo para excursionistas hambrientos.
Lo importante en cualquier caso eran las actividades. No se podían escoger ni el tipo ni el horario. Las programaba el equipo de la finca y ponía una planilla en la pared de recepción, para que supieras que te tocaba, y a qué hora. De hecho, comentándolo con Sergio a la vuelta, él, que había ido unas semanas antes, hizo algunas actividades diferentes.
Nosotros hicimos en primer lugar escalada. Digo nosotros en plural mayestático, pues ni mi mujer ni yo nos acercamos a la pared del rocódromo, pero servimos de apoyo moral para nuestra hija, que trepo como una cabra montesa por la pared, aferrándose a todos los salientes que podía con manos y pies.
A pesar de que no era un pared muy alta, contaban con arneses de seguridad amarrados a sogas, y todos los participantes estaban equipados con cascos, “por si las moscas”. Los niños hicieron el mejor papel, y fueron los que más se divirtieron. Los adultos más atrevidos que nosotros lo hicieron algo peor que los chavales, pero también se divirtieron lo suyo.
Después nos ofrecieron una ruta a caballo por los alrededores de la finca, de una hora aproximada. No era la primera vez que montábamos, pero tampoco somos jinetes consumados, así que nos apuntamos con prudencia. Sin embargo nuestros temores eran infundados, ya que los caballos están más que acostumbrados a este tipo de rutas, y van todos por el mismo camino y al mismo ritmo, independientemente de las dotes de conducción de los jinetes.
Mi hija, que ha montado algo menos que nosotros nunca lo había hecho en rutas por el bosque, sino que siempre lo había hecho en picaderos. A pesar de ello ni le dio miedo ni nada, y disfrutó enormemente de su caballo “el Rubio”. A este paso acabará siguiendo los pasos de su primo Diego, todo un experto jinete.
Más tarde hicimos tiro con arco donde tanto los pequeños como los mayores pudimos probar nuestra puntería contra unos blancos de heno. Y sí, éramos todos muy malos. El monitor iba a sacar algunos globos para que los explotáramos, pero vistos los resultados, se ahorró el esfuerzo de hincharlos. Cada vez que una de las saetas daba dentro de la bala de heno, lo celebrábamos con vítores como si fuese la manzana de Guillermo Tell.
La siguiente actividad fue piragüismo. Mi hija optó por una piragua individual, a pesar de no haber remado en su vida. Tras un buen rato remando en círculo, al final le cogió el truquillo y se iba de un lado a otro de la charca como toda una campeona. Nosotros optamos por una barca para los dos, en la que yo remaba y mi mujer disfrutaba del paisaje. Creo que hice algo mal en el reparto de tareas.
Como alguno volcaba y se daba el inevitable revolcón acuático, pero nos decían que el agua estaba buenísima, al final acabamos todos dejando las piraguas y dándonos un chapuzón. Tan bien se estaba que hasta vinieron los caballos a refrescarse con nosotros. Fue una experiencia curiosa.
La última actividad era una Gymkhana de orientación; una especie de búsqueda del tesoro en la que había que seguir unas pistas escondidas por toda la finca hasta llegar al tesoro final. Hicimos tres grupos; los niños, los jóvenes, y los maduros. Estos últimos estuvimos buscando afanosamente pistas en el interior de la bodega, mientras nuestro afable camarero nos ponía unas cañitas. Ganaron los niños, claro está.
Tres días en el campo, pasándolo muy bien, haciendo algo de “aventura” y relajándonos al máximo. No se puede pedir más. Bueno sí, que fuese barato. Y lo era… nos costó 158 euros los tres días (dos noches) a los tres con todo incluido: alojamiento, desayunos, comidas, cenas, actividades y barra libre. ¿Puede pedirse algo más acaso?
Eso sí, no esperéis comodidades (ni piscina ni jacuzzi). Esto es el campo.
Sois unos urbanitas de caca. La experiencia fue positiva ¿no?. Pues eso.
Que lo hemos pasado bien lo he dejado muy claro. Y las dos cosas negativas las he minimizado bastante en el comentario, pero vamos, eran de traca.
¡Urbanita! 😛